La inteligencia artificial dejó de ser una promesa aislada dentro de cada compañía para convertirse en algo más profundo: un lenguaje común. Así como, en su momento, el correo electrónico permitió que organizaciones muy distintas se entendieran con reglas simples —asuntos, adjuntos, respuestas—, la IA está empezando a ordenar la conversación entre empresas a través de datos mejor estructurados, tareas automatizadas y decisiones que ya no requieren cadenas infinitas de correos, llamadas o planillas. No es futurismo: es el paso natural de un continente que compite por calidad, volumen y confiabilidad en mercados cada vez más exigentes.

Durante años, la IA vivió en islas. Un bot de atención aquí, un motor de recomendación allá, un algoritmo que predecía la demanda para un producto puntual. Hoy, la presión por ser más eficientes y responder más rápido empuja a las compañías a conectar esas islas con sus proveedores, bancos, operadores y clientes. Cuando eso ocurre, aparece el “idioma”: un conjunto de datos que se describen de la misma manera, unas reglas mínimas para validar identidades y transacciones, y una coreografía de tareas que permite que un pedido, un pago o una entrega avancen con menos fricción y menos errores.

Estándares que bajan la complejidad

Esta transformación no depende de una marca específica, sino de estándares. En telecomunicaciones, por ejemplo, los operadores de la región están abriendo APIs de red para que terceros verifiquen identidad, calidad de servicio o localización con seguridad y sin integraciones a medida en cada país. En el mundo de los procesos, las Open APIs y marcos comunes reducen el “costo de hablarse” entre sistemas. Y en cadenas de suministro, catálogos y documentos electrónicos normalizados evitan discusiones eternas sobre códigos, medidas o precios. Todo eso, que suena técnico, se traduce en algo muy sencillo: menos tiempo perdido y menos reprocesos.

El impacto se ve mejor cuando pasamos del papel a los casos. En agroalimentos, por ejemplo, la IA ya conecta sensores, cámaras y modelos de visión para decidir riego, cosecha y despacho con precisión de minutos, y esa misma inteligencia se sincroniza con empaquetado y logística. En el extremo del usuario, PCs modernas con procesadores capaces de combinar CPU, GPU y NPU llevan parte de esa inteligencia al punto de trabajo; equipos basados en Intel Core Ultra permiten ejecutar tareas de IA en el propio dispositivo y enviar a la nube solo lo que conviene, equilibrando costo, velocidad y privacidad. ¿Qué hace cada componente? La CPU (unidad central de procesamiento) resuelve tareas generales y puede ejecutar inferencias cortas y veloces —por ejemplo, detección de deepfakes o verificación rápida de contenido—; la NPU (unidad de procesamiento neuronal) está pensada para procesos sostenidos con bajo consumo —como efectos de fondo en videollamadas de Teams o mejoras continuas de imagen/voz—; y la GPU (unidad de procesamiento gráfico) se encarga de cargas altamente paralelas, como modelos generativos, renderizado y visión por computador.

En el centro de datos, servidores como Intel® Xeon® procesan cargas intensivas para entrenar modelos y coordinar la operación. El resultado final no es una “demo”: son pedidos que salen a tiempo, menos desperdicio, trámites que se resuelven y clientes que vuelven.

De la ventaja individual a la ventaja del ecosistema

La idea de “lenguaje universal” importa porque cambia el foco: ya no alcanza con que una empresa adopte IA; lo determinante es que las cadenas completas la hablen. Cuando un retailer, su operador logístico y sus bancos comparten datos consistentes y reglas claras, la IA puede verificar, decidir y ejecutar casi en tiempo real: se aprueba un crédito, se ajusta la ruta de reparto, se actualiza la góndola digital. En servicios públicos, la verificación de identidad respaldada por la red acelera la apertura de cuentas o el alta de servicios sin poner en riesgo la seguridad. Y en turismo, aerolíneas, hoteles y fintechs coordinan disponibilidades, cambios y pagos con menos llamadas y más certezas.

Latinoamérica tiene buenos motivos para avanzar por aquí. Nuestros mercados son dinámicos, con picos estacionales, geografías desafiantes y estructuras empresariales donde conviven líderes regionales con pymes indispensables. Hablar el mismo idioma de datos y tareas no solo acorta ciclos comerciales: también sube el piso de calidad para todos. La IA, bien integrada, no reemplaza el criterio humano; lo amplifica. Deja a las personas el tipo de decisiones que requieren contexto y relación, y automatiza aquello que todos sabemos que debería ocurrir igual cada vez.

Qué mirar al dar el próximo paso

Cada industria y cada país tienen su ritmo, pero hay tres preguntas que ayudan a encarar el camino con los pies en la tierra. Primero: ¿tenemos nuestros datos en condiciones de ser compartidos y entendidos? No se trata de “tener mucho”, sino de tener lo necesario, limpio y con definiciones claras. Segundo: ¿qué partes del proceso conviene acercar al usuario y cuáles mantener en la nube? Ejecutar IA en el dispositivo —cuando tiene sentido— acorta tiempos y protege información sensible; la nube aporta colaboración y escala. Tercero: ¿estamos usando estándares abiertos y APIs certificadas para conectarnos con socios, telcos y plataformas? Esa elección, muchas veces invisible, es la que evita construir castillos de arena que se caen ante cada integración nueva.

Cuando pensamos la IA como lenguaje universal empresarial, la conversación cambia de tono. Dejamos de discutir si la tecnología “sirve” o “no sirve” y empezamos a medir cuánto mejora la experiencia, cuánto reduce los costos y cuánto acelera la colaboración. Ese es el terreno donde se diferencia quien “usa IA” de quien opera en IA. Y es, también, el terreno donde América Latina puede brillar si apuesta por arquitecturas abiertas, por el talento que sabe traducir problemas reales a soluciones de datos y por socios tecnológicos que acompañen sin imponer atajos.

En definitiva, no se trata de hablar más fuerte, sino de entendernos mejor. Cuando la IA se convierte en idioma compartido, las empresas dejan de ser puntos aislados para convertirse en redes confiables que aprenden, se corrigen y mejoran juntas. En un mercado que premia la interoperabilidad, ese es el camino más corto entre la promesa y el valor.

 

***************************

¡Reciba gratuitamente el boletín de Mobile Time Latinoamérica y manténgase bien informado sobre tecnología móvil y negocios! Regístrese aquí.