Hubo un tiempo en que la experiencia financiera comenzaba y terminaba en el banco. La sucursal, luego la página web y más tarde la aplicación móvil, eran los espacios naturales donde el usuario gestionaba créditos, seguros, tarjetas o cualquier otro servicio financiero. Era el banco quien definía el recorrido del cliente y los canales de acceso.

Ese tiempo está quedando atrás. El presente, y sobre todo el futuro, de la banca es invisible. Un modelo donde las finanzas se integran de manera fluida en la vida cotidiana, como ya ocurre con otros servicios esenciales: el agua, la energía o el gas. Servicios que, aunque son vitales, operan silenciosamente en segundo plano. No pensamos en ellos, simplemente están allí, habilitando nuestro día a día.

En un futuro cercano, los usuarios no descargarán la aplicación de un banco para solicitar un crédito de consumo; lo harán directamente desde la tienda en línea donde realizan su compra. Tampoco acudirán a una sucursal para gestionar un préstamo inmobiliario, sino que iniciarán el trámite en la misma plataforma donde encuentran su futura vivienda. La banca invisible se basa precisamente en eso: en integrarse de forma natural en los contextos donde los usuarios ya interactúan, resolviendo necesidades reales sin fricciones.

Para los bancos, es tanto un desafío como una oportunidad. Según Juniper Research, los ingresos globales derivados de las finanzas embebidas crecerán un 148% en tres años, pasando de 92 mil millones de dólares en 2024 a 228 mil millones en 2028. No es difícil entender por qué. El consumidor digital actual exige inmediatez, simplicidad y personalización. Espera que las soluciones financieras estén disponibles en el momento preciso, sin pasos adicionales ni interrupciones.

Imaginemos un caso concreto. Un usuario que explora ofertas inmobiliarias desde su red social o un portal especializado, hace clic en una propiedad, responde algunas preguntas en lenguaje natural para los clientes, y en esa misma experiencia recibe una oferta de crédito hipotecario ajustada a su perfil, con validación instantánea de su historial crediticio. Sin visitar una sucursal, sin papeles, sin procesos complejos. La tecnología permite que todo eso suceda en segundo plano, mientras el usuario se enfoca en lo que realmente le importa: su nueva casa.

Para que este modelo sea viable, la banca debe evolucionar. Las instituciones financieras buscan ser la infraestructura que habilita experiencias en los ecosistemas digitales donde los usuarios ya están presentes. El reto no es atraer, sino integrarse.

¿Cómo lograrlo? La clave es contar con un ambiente de finanzas abiertas en las que las entidades financieras permitan la integración de APIs con marketplaces, plataformas educativas, apps de movilidad o servicios de e-Commerce. Así, los productos financieros se incorporan en la experiencia del usuario, desde pagar un electrodoméstico en cuotas, hasta obtener financiamiento educativo sin salir del portal de la universidad.

La banca debe adaptarse a la vida digital del usuario, ajustando productos y procesos para convertirse en parte orgánica de sus interacciones diarias. Aquí es clave impulsar las finanzas abiertas y la colaboración entre bancos, fintechs, bigtechs y nuevos jugadores del ecosistema. El intercambio seguro de datos, la apertura real del manejo de la información, donde el cliente sea el verdadero dueño, y la cocreación de soluciones son ingredientes esenciales para esta nueva realidad.

Así como hoy no pensamos en abrir la llave para tener agua o en presionar un interruptor para tener luz, muy pronto accederemos a soluciones financieras sin siquiera notar su presencia. La banca invisible no será un lujo, será una expectativa natural del consumidor digital. Y en ese contexto, la diferencia estará en ser un proveedor más o en convertirse en ese aliado silencioso que habilita, sin fricciones, el bienestar económico de cada persona.

 

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